Texto extraído de www.blogs.laverdad.es
Para verlo en su lugar original sigue el enlace:
http://blogs.laverdad.es/eltipoestereo/2011/12/18/entrevista-a-jose-toro-ong-mapayn-mundi/
José Toro Pérez, artista y maestro en esencia y persona generosa donde las haya, nos cuenta cuál es la obra de su ONG, Mapayn Mundi, y cómo ha influido en su vida su estancia en tierras sudamericanas
Son las 19.00 de un jueves 8 de diciembre de 2011, y José Toro Pérez me recibe en su apartada casa del ilicitano pueblo de Torrellano. La fecha puede ser irrelevante para cualquier otra persona, pero para José Toro constituye el cincuenta aniversario de boda con Elvira Velasco — fallecida en 1998–, la mujer que ha dotado tanto de nombre como de alma a toda su obra con la ONG Mapayn Mundi.
Maestro, pintor, escritor y filósofo, José Toro Pérez nace en Pilar de la Horadada el 3 de marzo de 1938. Cursa sus estudios primarios y los de Bachiller en su pueblo natal y posteriormente estudia Magisterio en la Escuela Normal de Alicante. Inicia su labor como maestro tras haber permanecido dos años de servicio militar en el Sáhara español, época que marca indeleblemente sus facetas artísticas. Especializado profesionalmente en Lengua y Literatura castellanas, Artes Plásticas y en Ciencias Sociales; y escritor de obras como Pilar de la Horadada: su historia, estampas y leyendas (1990), se dedica en la actualidad, tras haberse jubilado, a todas las facetas que le definen como artista y pensador. Además, claro está, de dirigir la ONG de la que es presidente, Mapayn Mundi (Movimiento Alicantino Pro Ancianos Y Niños del Mundo).
Me acomodo en la butaca justo enfrente de don José Toro, tal y como lo conocen en Torrellano, Nuevo Chimbote y Pilar de la Horadada, los pueblos en los que ha dejado porciones de su alma; presiono el botón rec de la grabadora y comienzo: “¿Cómo surge Mapayn Mundi?”. Don José espira lentamente ordenando sus ideas y, tras una pequeña pausa, desvela los motivos personales que le llevan a crear una de las ONG españolas que más obras ha llevado a cabo en Perú.
La muerte de su esposa, Elvira Velasco, sumerge a José Toro en “una situación poco menos que caótica” tal y cómo me cuenta, y es uno de sus más queridos amigos quien le propone un viaje a tierras Sudamericanas para terminar “una serie de cosas que él se dejó sin hacer en el terreno de la enseñanza, la educación y la beneficencia”. Así es cómo, sin pensárselo dos veces, “tal vez porque no estaba en condiciones de pensar”, José Toro pone el pie por primera vez en la que será, más adelante, su segunda patria. “Lo que allí encontré fue, efectivamente, un proyecto verdaderamente apasionante”, un proyecto que volvió a dar una dirección a su vida. Me dispongo a seguir preguntando, pero entonces reparo en el cuadro que cuelga tras don José cuyo protagonista es Cristo y del cual él es actor secundario: “es un cuadro de otro de mis grandes amigos, que pintó para mí”, me comenta entre risas.
Ahora sí consigo centrarme y lanzo mi segunda pregunta que queda implícita en la respuesta de José Toro: “Mapayn, y todo lo que se hizo para el Perú, se queda en el Perú”, al menos por lo que a él respecta, como actual presidente de la ONG; y me comenta a continuación: “quién sabe si quien ocupe mi puesto cuando yo lo deje querrá abrir el abanico de actuación de la ONG a otros lugares”. Pero a Mapayn aún le queda mucho tiempo de actuación en Perú pues, según don José, “se ha avanzado mucho, aunque aún queda mucho por hacer”. Y no oculta su satisfacción, pues uno de los principales objetivos como era el lograr la autogestión para no depender de las subvenciones de organismos diversos se ha logrado, o se está muy cerca de lograr.
Noto en mi cuello cómo se hincha mi vena de la curiosidad, y pregunto: “¿Cómo funciona Mapayn Mundi?”
“Hemos sido un proyecto evolutivo: empezamos organizando instituciones para ancianos y niños necesitados y, posteriormente, construimos la Casa-Hogar “Elvira Velasco” de Nuevo Chimbote, al norte de Lima, centro neurálgico de la ONG, en donde hemos alojado y promovido la formación integral de cientos de jóvenes procedentes de zonas deprimidas socialmente que, actualmente, han alcanzado autonomía profesional; y ahora tenemos no sólo escuelas y hospitales, sino también convenios con universidades y microempresas para seguir formando profesionales de distintas áreas” me dice don José. Un proyecto que consigue nacer gracias al dinero de los socios –“más de 300 en tres años”–, aunque el bruto del presupuesto de Mapayn procede de convenios con empresas y Ayuntamientos españoles. Lo importante, como bien nos apunta don José, es que se está consiguiendo esa autogestión que resulta imprescindible para que una organización de esta naturaleza logre sus objetivos y uno de ellos, hoy en día, consiste en “convertir la escuela que hemos creado en una escuela privada benéfica, dónde el 75% de las plazas se pagan y el otro 25% restante se beca”.
Respecto al funcionamiento de los convenios universitarios, “en nuestra escuela, que ahora es una de las de mayor calidad de la zona, becamos a alumnos que en otros colegios periféricos han obtenido buenas calificaciones para que demuestren su valía”; de esta forma, si logran superar una calificación de 18 —sobre 20— se les concede la oportunidad de estudiar carreras completas en universidades becados por Mapayn.
“¿Va a crecer el proyecto de Mapayn Mundi?”, se me escapa automáticamente. Don José lo niega con la misma espontaneidad, porque “durante estos tres últimos años hemos recibido del orden de 3 millones de euros de la Cooperación internacional, pero con la catastrófica situación económica actual, nadie sabe lo que va a pasar”. Lo que sí puede asegurar José Toro es que, por fin, en el Perú se puede trabajar en y por el Perú, pues “al fin se cuenta en el Perú con más gente preparada que puede organizar y coordinar proyectos de ayuda a sus compatriotas necesitados”.
Me siento verdaderamente pequeño tras escuchar las cifras y los logros de la ONG, pero acierto a recomponerme rápidamente y lanzo otra pregunta ayudado por esa curiosidad periodística que desde pequeño me ha acompañado: “¿Qué has sacado, en lo emocional, de tu estancia en Perú?” La respuesta de José Toro es emotiva: “Muchas cosas, sin duda. Pero te diré una: alumnos míos del Perú, de hace algunos años, son hoy profesores de nuestra escuela, y eso me llena de orgullo”. Hago una pausa envidiando ese orgullo en silencio y continúo con una pregunta que nos lleve a una respuesta más ligera; pero no lo consigo.
“Tengo millares de anécdotas de Perú” me dice, “pero tal vez lo más representativo sea decir que yo me he jugado la vida y, afortunadamente, la he salvado, pues más de un compañero mío ha salido en los diarios por sufrir algún atentado; eso por empezar de la forma más trágica”. Un escalofrío me recorre la espina dorsal. José Toro continúa: “otra anécdota más alegre: puede que suene poco correcto, pero algunos de nuestros chicos han llegado sin ninguna clase de hábitos, hasta el punto de tener que enseñarles a sentarse en el inodoro”, me cuenta mientras ríe, “pero es altamente satisfactorio verlos salir de la universidad años después alcanzando metas importantes”.
Miro mi reloj, ya son las 19:45 y decido no continuar robando el tiempo de José Toro. Se lo hago saber, me levanto, le doy las gracias como si también hubiese sido mi tutor y me dispongo a salir por la puerta; en el umbral me giro para mirarlo, los ojos le brillan y su vista traspasa los cristales de sus gafas yendo a parar sobre el cuadro con la imagen de su esposa Elvira Velasco. Un nombre que en Perú no será olvidado fácilmente.
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