miércoles, 26 de noviembre de 2008

Pedro Ángel Hernanz Celestén (Pintor)


La vida me brindó la oportunidad de conocer a don Pedro, Pedrito, como lo llamaba cariñosamente Dora, su adorable esposa. Pedro nació en Torrelaguna (Madrid) el 19 de mayo de 1930, pero vivió dieciocho años en Torrellano (desde 1977 hasta 1995, año de su fallecimiento) y fue muy conocido entre sus gentes. Muchos fueron los rincones del pueblo que reprodujo su pincel: la plaza san Crispín, la estación del tren, la calle río Segura, ese árbol tan característicamente nuestro que es el almendro… Compaginaba su labor como pintor y maestro con la de rotulista para empresas.

Recuerdo que comencé las clases de dibujo y pintura allá por el año 1986, cuando apenas contaba 10 añitos, y las continué durante cuatro o cinco años. Empecé con el dibujo artístico, continué con el dibujo lineal y terminé con la pintura acrílica y al óleo.

Al principio dábamos clase en la sacristía de la Iglesia, antes de la reforma, cuando todavía no había el despacho que hay ahora y todo era una sala que entonces me parecía enorme. Don Pedro extendía unas mesas plegables que traía en su furgoneta y allí nos daba las clases a niños y niñas de todas las edades.

Más tarde tuvimos que dejar la sacristía y, aprovechando el buen tiempo, Tonica García y Jaime Sempere, padres de Mª Victoria y Adrián (también alumnos de don Pedro), nos cedieron amablemente el porche de su jardín y allí dibujamos una temporada saludablemente rodeados de flores y plantas.

Finalmente, don Pedro montó una escuelita en un piso de la avenida de Segarra, en la misma escalera donde vivían él y su mujer, encima de lo que hoy es la tienda de piensos Rufo, que entonces era un taller mecánico. Era una escuelita muy acogedora, con un pequeño taller de pintura y dos aulas con pupitres, pizarras y unas paredes repletas de cuadros pintados por él.Muy especial para nosotros, sus alumnos, fue que nos permitiera participar en la exposición que hizo en el año 1987 en la sala de exposiciones que tenía la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia en la avenida de Segarra (más o menos a la altura de lo que hoy es Calzados Juanita). Fue todo un lujo que junto a sus cuadros expusiera los nuestros, los de sus pupilos, y que todo el pueblo pudiera contemplarlos. Participaron también en aquella exposición mis primos Pedro Sabater, Rocío Rocamora y Rosa Mª Jerez; mis vecinitos Gustavo A. Tarí y Raúl Rebollo; Jorge y Eduardo Moragues, Mª Victoria y Adrián Sempere, Esteban Esclapez, Mª del Pilar Ruiz, Juan A. y Eva Mª Beviá, Francisco y Ana Esclapez y Antonio Soriano.

Recuerdo con mucho cariño los años que pasé yendo a clases con don Pedro, lo dicharachero y cariñoso que era con los niños… Había vivido varios años en Lima (Perú) y disfrutaba contándonos historietas de las gentes de allá, de cómo las mujeres preparaban una papilla masticando ellas mismas no recuerdo qué planta, o de la existencia de “la tribu de las cabezas reducidas”… incluso nos llegó a enseñar dos cabezas reducidas que guardaba en su casa, que, evidentemente, no eran de verdad pero que impactaban nuestra imaginación infantil. Tenía una expresión muy característica que a mí me gustaba mucho y que he adoptado yo misma: cuando algo no funcionaba como se esperaba, él siempre tenía una solución, siempre buscaba un apaño, una alternativa, y nos decía: “¡Hay que llamar al ‘tío Mañas’…!”. Aprendí mucho de él y, aunque después fui a clases de pintura a l’Hort del Xocolater (Elche) con otros profesores que seguían otras técnicas distintas, siempre me han quedado las pautas que me enseñó don Pedro y que yo interioricé e hice mías.

Al cabo de los años, mucho después de que dejara las clases de pintura, exactamente el día 8 de febrero de 1995, mi madre me dio la aciaga noticia… don Pedro había fallecido… me sentí verdaderamente triste porque es una persona a la que guardo muchísimo cariño. Hoy sus restos descansan junto a su Dora en la calle Santa Bárbara del cementerio de Torrellano. Cada vez que contemplo una bonita puesta de sol recuerdo los preciosos cielos que pintó don Pedro en vida y me imagino que también éste, si se puede, lo estará pintando desde allá arriba su alma de pintor incansable…
Publicado en El Crisol, nº 29, abril-mayo 2007.

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